Por aquí siempre hemos sido aficionadas al whodunit (contracción de who has done it? o, en román paladino, ¿quién
lo hizo?), un subgénero muy británico de la novela detectivesca en la que la
narrativa se pone al servicio del desarrollo y resolución de un enigma: ¿quién
lo hizo y cómo? Como en el Cluedo,
vaya. Muy frecuentemente estas historias se cierran con un encuentro del
sabueso o detective (Poirot y Miss Marple de Agatha Christie, la Sra. Fletcher
de Se ha escrito un crimen) y todos
los sospechosos. Aquí os dejo una muestra sacada del clásico entre los clásicos,
Asesinato en el Orient Express
(Sidney Lumet, 1974).
Dejad volar vuestra imaginación y pensad en una escena
similar y en tres posibles soluciones:
A) El detective desarrolla una compleja e intrincada teoría y acaba diciendo –en un giro de guion espectacular pero posible- “Yo lo hice”.
B) El detective desarrolla una compleja e intrincada teoría y acaba diciéndole al último sospechoso al que se dirigió: “Tú lo hiciste” o “Vd. lo hizo”.
C) El detective desarrolla una compleja e intrincada teoría y acaba diciendo al aire y con las manos en los bolsillos del gabán: “Él lo hizo”.
Hay una diferencia fundamental entre los casos A) y B), por
un lado, y C) por otro. En A) y B) las
palabras del detective transmiten información, más o menos sorprendente, pero
información. Y nosotros, lectores, vemos satisfecha nuestra necesidad de saber
y damos por bien empleado el tiempo que hemos dedicado a la ficción. Pero ¿qué
ocurre en C)? Volved a imaginar la escena. La reacción más usual a C) será la
de desconcierto. ¿Quién? ¿Quién lo hizo? O, como dice la canción, “Y ¿quién es
él?”
Pues bien, esto se debe a la diferente naturaleza de las
personas gramaticales. “Yo”, “tú”, “él” son pronombres personales y se
relacionan respectivamente con las personas gramaticales: primera, segunda y tercera. Como bien sabéis, las personas gramaticales identifican a los
participantes en el acto de habla. La primera persona (“yo”) es el hablante, la
segunda persona (“tú”) es el oyente y siempre están identificadas. En una
confesión “yo lo hice” o acusación “tú lo hiciste”, nadie tendrá dudas de quién
es el culpable. Pero en un eventual “Él lo hizo”, si no hay contexto que
permita identificar ese “él” (e. gr. “Allí
estaba el mayordomo. Él lo hizo.” Él = mayordomo) nos quedamos como estábamos.
Y ello se debe a que la tercera persona (“él, ella”), es aquello de quien se habla
y aquello de quien se habla o se puede hablar, mis pequeños saltamontes, es EL
MUNDO. Hace falta precisar. Por esto nos encontramos con relativa frecuencia con frases sin sujeto
con el verbo en primera y segunda persona –solo es posible que el sujeto sea “yo”
o “tú”, así que no hay problema si se omite- pero muy raramente se omite el
sujeto si el verbo está en tercera persona.
Reflexionad sobre todo esto y preguntad lo que no entendáis
porque aquí están las claves para entender los pronombres personales del latín
y el reflexivo se. Sobre ello seguiremos hablando en
la próxima entrada.
Y, por supuesto, si tenéis ocasión, recuperad algún clásico
del whodunit o, si se tercia, jugad
una partida de Cluedo.
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