Fundada, pues, Roma tras
el célebre fratricidio, era tiempo de prosperar. Sin embargo, no había en la
partida de Rómulo mujeres con las que los romanos pudieran formar sus familias.
Invitaron, pues, a los sabinos, un
pueblo vecino, a un gran banquete y, mientras estos estaban de celebración, los romanos raptaron a sus esposas, mujeres
e hijas. Se inició entonces una guerra entre ambos pueblos, uno de cuyos
episodios más célebres tiene por protagonista a la joven Tarpeya.
Según el relato de Tito
Livio, la joven Tarpeya era hija del
oficial al mando de la guarnición romana y se comprometió a traicionar a su
pueblo y facilitar el paso a los sabinos a cambio de lo que estos llevaban en
el brazo izquierdo. Creía, ingenua ella, que iba a recibir los brazaletes de
oro, cuando lo que obtuvo a cambio de su traición
fue la muerte, aplastada por el peso de los escudos que los sabinos portaban
también con la zurda. Su nombre se convirtió en el de la roca desde la que, desde entonces, los romanos arrojaron a todos
los traidores.
En cuanto a la guerra,
las propias sabinas raptadas, hartas de ver cómo sus padres, hermanos y “maridos”
se daban muerte unos a otros, le pusieron fin, tal como se representa en el
cuadro que podéis ver a continuación.
Aquí os dejo el magnífico análisis que de este episodio hace Irene Vallejo en El infinito en un junco (Siruela, 2019):
Rómulo y Tito Tacio,
líder de los sabinos, iniciaron un reinado conjunto. La muerte de este último
dejó a Rómulo como único rey. Tras muchos años de reinado, Rómulo desapareció
durante una noche de tormenta. Según la leyenda, fue arrebatado por los dioses,
que lo convirtieron en el dios Quirino.
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