Bemidji, Minnesota (EE.UU). Un
frío que corta la respiración y un asesino a sueldo incapaz de empatía alguna
que se ve obligado a detenerse en tan anodino pueblo por un accidente casual.
Tal es el punto de partida de Fargo, una
magnífica serie que no deberíais perderos; no solo por su calidad, sino porque,
como buena parte de la ficción televisiva contemporánea, incluye alguna que
otra referencia al mundo clásico. Aquí os dejo un pequeño botón de muestra.
Al volante, Malvo, nuestro
asesino a sueldo. De pasajero, un más que angustiado “Griego”. Y un diálogo más
que significativo que plantea interesantes cuestiones:
1. ¿A qué
se refiere Malvo con su metáfora de los romanos como lobos?
2. ¿A qué
autor latino debemos la máxima que da título a esta entrada y que se puede
traducir como “el hombre es un lobo para el hombre”? ¿Qué filósofo la
popularizó muchos siglos después?
3. ¿A qué
se refiere “el Griego” al aludir a la condición cristiana de san Lorenzo para
explicar su martirio?
1. Empecemos, como es preceptivo,
por el principio. Y los principios se pierden en la nebulosa de los tiempos, en la misma guerra de Troya o, incluso, más atrás. Cuenta la leyenda que, enfadada
por no haber sido invitada a las fastuosas bodas de Tetis y Peleo, Eris, la Discordia, lanzó una manzana
en mitad del banquete que debía ir a parar a la diosa más bella: Hera, Atenea
o Afrodita. De ahí la expresión “la
manzana de la discordia”. Eligieron estas como juez a Paris, príncipe
troyano. No fue aquel, sin embargo, un juicio del todo limpio, pues cada una
ofreció al troyano un soborno para ser la elegida. Se decantó Paris por
Afrodita, que le había ofrecido el amor incondicional de la mujer más bella que
había sobre la faz de la tierra, Helena, por entonces esposa del rey espartano
Menelao. Enamorado Paris de Helena y esta de Paris, huyeron ambos a Troya para
escarnio de Menelao, que acudió a su hermano Agamenón, rey de Micenas, en busca
de venganza.
Reunieron ambos hermanos un
gran ejército de griegos –entre los que se encontraban Aquiles y Odiseo- y
durante diez largos años lucharon a los pies de Troya, gran ciudad amurallada.
Fue en vano. Troya era inexpugnable. Lo fue, al menos, hasta que Odiseo, héroe
de muchos recursos, ideó un plan genial. Engañarían a los troyanos haciéndoles
creer que se habían retirado y marchado a Grecia y dejarían como única huella
un enorme caballo de madera en cuyo
interior se esconderían los mejores guerreros griegos. Los troyanos, pese a las
advertencias de Casandra y de Laoconte –“temo a los griegos, incluso cuando
traen regalos”-, cayeron en la trampa y por la noche salieron los griegos del
interior del caballo y pasaron a sangre y a fuego la ciudad de Troya, que
durante diez años había resistido a una guerra abierta a la luz del día.
Sin embargo, uno de los
príncipes troyanos, Eneas, consiguió
escapar gracias a la advertencia de la sombra del difunto Héctor, que se le apareció
en sueños para advertirle del peligro y encomendarle la fundación de una nueva
Troya –he aquí la futura Roma-. Escapó Eneas de Troya junto con su padre
Anquises, su hijo Ascanio –también llamado Iulo- y su mujer Creusa, a la que perdió
en la confusión de la noche. Tras múltiples aventuras y desventuras por el
Mediterráneo –entre ellas sus amoríos en Cartago con la reina Dido-, llegó
Eneas a la Península Itálica, a la región del Lacio, regida por el rey Latino,
con cuya hija Lavinia terminó por casarse tras derrotar a los rútulos. Ambos fundaron
una ciudad de nombre Lavinio, de la que partió Ascanio para fundar Alba Longa.
Tras varias generaciones, llegaron
al trono de Alba Longa dos hermanos, Numítor y Amulio. Pero Amulio aspiraba a
gobernar en solitario y desterró a su hermano y mató a toda su descendencia. ¿A
toda? ¡No! Deja con vida a Rea Silvia, que, como vestal, estaba obligada a
permanecer virgen y, en consecuencia, no tendría descendencia. Pero hete aquí
que un día, mientras Rea Silvia dormía en un bosque, el dios Marte se enamoró
de ella, la violó y la dejó encinta.
Rea Silvia tuvo a dos hermanos,
Rómulo y Remo, noticia que encolerizó
a Amulio, que hizo que los abandonaran en el río para que se ahogaran. Sin
embargo, la cesta en la que fueron abandonados encalló en un recodo, donde los recogió
una loba que los crió como propios. Las malas lenguas dicen que no hubo tal
loba sino una prostituta –de ahí, lo de “loba”- de nombre Acca Laurentia.
Cuando crecieron, Rómulo y Remo averiguaron su verdadero origen y retornaron a
Alba Longa, donde derrotaron a Amulio, restituyeron a Numítor en el trono y marcharon
para fundar una nueva ciudad en el lugar donde el cesto encalló milagrosamente.
¿Cómo llamar, sin embargo, a la nueva ciudad? ¿Quién había de decidir el nombre? Ambos
hermanos acordaron, una vez fijados sus límites, que aquel que viera más aves sería
el responsable de “bautizar” la nueva ciudad. Venció Rómulo y Remo,
encolerizado por su derrota, traspasó con intencion hostil los límites
previamente fijados, de modo que Rómulo le dio muerte. ¡He aquí Roma! Según Tito Livio, historiador
romano del s. I a. C.- I d. C., dicha fundación tuvo lugar en el 753 a. C., fecha que adoptaron los romanos para datar: “tantos años
ab
urbe condita” (= tantos años desde la fundación de la ciudad).
Resta, pues, dar respuesta a
las preguntas 2. y 3. y esa es, amigos míos, vuestra tarea para el próximo día. ¡A ello!
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