Decíamos hace ya algún tiempo que después de la
expulsión del último de los reyes etruscos, Tarquinio el Soberbio, y en
palabras de Indro Montanelli, “todo fue republicano en Roma”. Decíamos también
que república significaba etimológicamente
“la cosa pública”. Sin embargo, el
sistema político romano, aun con vocación de alejarse de la tiranía de un rey,
estaba lejos de ser un gobierno de todos y no tenía nada que ver, por ejemplo,
con la democracia ateniense.
La república romana era, de facto, una oligarquía
(“gobierno de unos pocos”). Esos pocos eran los patricios (< pater, patris),
grandes terratenientes descendientes de los fundadores de Roma. Así, al menos,
se consideraban ellos. Los plebeyos
(< plebs, plebis), mayoritariamente
comerciantes y artesanos, y también trabajadores de las tierras de los
patricios, no tomaban parte alguna en el gobierno. Solo los patricios podían
ser senadores o desempeñar alguna magistratura.
La historia de la política interior de Roma durante el
período republicano (509-27 a.
C.) está marcada por las tensiones entre ambas clases. Tras las guerras con
etruscos y pueblos latinos, la situación de los plebeyos se hizo intolerable
hasta el punto de que en el 494
a. C. se
amotinaron en el Aventino, una de las siete colinas de Roma, y los
patricios se vieron obligados a concederles una magistratura propia: el tribunado de la plebe. Su misión era
proteger los intereses de los plebeyos y tenían el poder de suspender las leyes
que desaprobaban al grito de “¡Veto!”.
El poder de los cónsules y del Senado no podía lograr que se aprobase una ley
contra el veto del tribuno. También gozaban de protección especial.
Posteriormente fueron accediendo a diferentes magistraturas. De hecho, las leyes Licinias Sextias (s. IV
a. C.) establecieron que uno de los dos cónsules tenía que ser plebeyo.
Fue así como se fue forjando una nueva aristocracia
compuesta ya no solo por patricios, sino también por plebeyos adinerados. Sin
embargo, las múltiples campañas de expansión que Roma mantuvo durante siglos
–sobre las que trataremos próximamente- arruinaron a los campesinos pobres.
Roma se convirtió en una gran urbs
con una numerosa plebe empobrecida que sobrevivía gracias a los repartos
públicos. En este contexto sucedieron desde el siglo II a. C. una serie de guerras, llamadas sociales, con tres hitos destacados:
-
la
reforma agraria de los hermanos Graco:
pretendía repartir el suelo público entre los pobres y distribuir trigo entre
el pueblo. Ambos hermanos fueron asesinados.
-
el
levantamiento de los pueblos itálicos
para reclamar plena ciudadanía.
-
la
célebre revuelta de Espartaco, un
gladiador de origen tracio que causó estragos durante dos años al ejército
romano hasta que fue derrotado por Craso. Tan cruelmente fueron castigados que
nunca más hubo en Roma una insurrección. Aquí os dejo, para terminar, una de
las escenas más célebres de la versión cinematográfica que Stanley Kubrick hizo
de la revuelta: “¡Yo soy Espartaco!”
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