Veíamos hace algún tiempo
(tempus fugit!) algunas de las
características distintivas de la pólis griega, definida, ante todo, por su
independencia y autonomía. Siendo esto así, no extraña que las distintas
ciudades-estado en las que a lo largo de las épocas Arcaica y Clásica floreció
la cultura griega se rigieran por diferentes regímenes políticos.
Cuando se habla de las
deudas que nuestra civilización tiene con la griega, se insiste con frecuencia
en que a los griegos les debemos la democracia, considerada por la mayoría como
el mejor -o el menos malo- de los regímenes posibles. Sin embargo, esto no es
del todo exacto. En efecto, la democracia
fue innovación no de los griegos en general, sino de los atenienses en particular y, frente a lo que sucede hoy día, en que
se caracteriza, sobre todo, por ser de tipo representativo y por la pasividad
de la ciudadanía, era de tipo directo
y fue el resultado de un largo proceso evolutivo que partió de la monarquía y
se tornó después oligarquía, tiranía y, finalmente, democracia.
Como señala Pedro Olalla
en Grecia en el aire (Acantilado,
2015), que todos deberíais apresuraros a leer, no existía en Atenas por
entonces (siglo V a. C.) la distinción nosotros-ciudadanos // ellos-políticos,
sino que eran los propios ciudadanos
los que se encargaban de la gestión de
lo público, siempre con el bien común como objetivo y con abundancia de mecanismos de control para evitar la
corrupción y la búsqueda del bien particular.
Por supuesto, como es
sabido, no todos los habitantes de Atenas participaban de este sistema. Quedaban excluidos los esclavos y las
mujeres. El sufragio femenino y la abolición de la esclavitud son
conquistas demasiado recientes, me temo, y, por desgracia, todavía no
universales.
En cualquier caso, las
instituciones democráticas atenienses eran estas:
- La Asamblea o ἐκκλεσία
estaba
constituida por todos los ciudadanos con derecho a voz y voto -que no solo eran
un derecho sino una responsabilidad-. Aprobaba las leyes, elegía a los
magistrados y decidía sobre la paz y la guerra.
- El Consejo o βουλή,
constaba de 500 miembros, 50 por cada una de las 10 tribus atenienses, según el
sistema establecido por Clístenes. Preparaba las leyes que habían de votarse en
la Asamblea, controlaba a los magistrados, velaba por el culto religioso, se
encargaba de la diplomacia y vigilaba el empleo del dinero público.
- El
poder ejecutivo estaba en manos de magistrados:
estrategos o generales, arcontes y tesoreros. Los primeros eran jefes de los ejércitos y, en virtud de
sus éxitos militares llegaron a alcanzar un gran prestigio y a ejercer un papel
esencial en la ciudad, como Pericles. Los arcontes se ocupaban de asuntos
civiles y administrativos y presidían las ceremonias religiosas. Los tesoreros,
en fin, eran los encargados de la hacienda.
- El poder judicial estaba también en manos
de los ciudadanos. No había, pues,
división de poderes, pero tampoco se consideró necesaria, dado que la
intervención en los tribunales de la ciudad se determinaba por sorteo y estos
se constituían y disolvían casi a diario. Resultaba prácticamente imposible
intentar un soborno.
Termino ya, os dejo con
un revelador párrafo, de nuevo de Pedro Olalla y su Grecia en el aire, acerca de las diferencias entre la democracia
ateniense de entonces y las democracias modernas. ¡Ay, la deriva semántica!
“Las democracias de nuestro tiempo nada tienen que ver con aquel proyecto radical y revolucionario que existió un día aquí en Atenas. Ya hemos llegado a comprender por qué. Entonces, no existía la oposición entre gobierno y ciudadanos: los ciudadanos eran el gobierno. El último poder de decisión no estaba en representantes o líderes, sino en el conjunto de los ciudadanos. No existían partidos con estructuras jerárquicas, listas cerradas, disciplinas de voto y hombres de paja al servicio de intereses; existía una amplia asamblea sin sitio para marionetas y encargada de definir constantemente el bien común. Entonces no había profesionalización de la política ni apoltronamiento en los puestos, sino implicación de todos en las causas comunes por un espacio limitado de tiempo. Entonces no había elecciones cada cuatro años y referenda escasos y no vinculantes, sino una implicación continua del pueblo en la toma de decisiones. Entonces existía el “proceso contra ley” y el “proceso contra ley no beneficiosa para la comunidad” como recursos para exigir responsabilidades ante las decisiones contrarias al bien de la ciudad; hoy tenemos la “inmunidad parlamentaria” para dar cobertura a la irresponsabilidad. Y lo más importante: en aquellos momentos, todos los ciudadanos tenían experiencia política: cada uno podía ser presidente de la Asamblea (por un día y por sorteo), miembro del Consejo (por un año, o dos no seguidos), funcionario (por sorteo), agoranomos (por un año), miembro de un jurado (por sorteo), éforo, arconte o general si resultaba elegido, y, por supuesto, miembro de la Asamblea cuantas veces quisiera. ¿Qué espacio reservan hoy nuestras deficientes democracias para la implicación del ciudadano en la política?”Grecia en el aire, Pedro Olalla (Acantilado, 2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario