Llevamos insistiendo
desde principio de curso en la idea de que “Grecia” fue durante siglos tan solo
un constructo cultural y lingüístico, no administrativo. Sin embargo, la
independencia de las diferentes póleis, algunas de ellas con un sistema tan
participativo y democrático como Atenas, sufrió un fuerte retroceso cuando en
el año 338 a. C., el territorio griego fue invadido por Filipo II, rey de Macedonia (vecinos norteños de Grecia). Entonces
por vez primera fueron todos los griegos sometidos al gobierno de una sola
persona. Contra el rey Filipo dirigió Demóstenes
-aquel magnífico orador griego del que alguna vez os hablaba, el que se metía
guijarros en la boca- sus célebres Filípicas.
Hijo del rey Filipo fue Alejandro Magno, el más grande general
de la Antigüedad. Discípulo de Aristóteles -ahí es nada- durante su juventud,
mostró desde bien pronto dotes de mando y aspiraciones de conquista, que le
permitieron sofocar las revueltas griegas y lo lanzaron a Asia a la guerra
contra los persas. En su marcha por Asia llegó incluso hasta la India, escenario
mítico y prodigioso para los macedonios. Alejandro gustaba de presentarse como héroe homérico. Guardaba como un tesoro
su ejemplar de la Ilíada, cuando
visitó Troya por primera vez ofreció un sacrificio sobre las tumbas de diversos
héroes y se presentaba como descendiente del mismo Zeus.
En el año 323 a. C. se sintió enfermo de repente
en el transcurso de una fiesta, según algunos por un proceso febril, según otros,
por haber sido envenenado. Murió al
cabo de diez días. Su hazaña más
duradera fue la de haber extendido la lengua y las instituciones griegas por el
mundo oriental. Las ciudades-estado griegas jamás recobraron la independencia
que habían perdido con Filipo.
Cerramos la lección de hoy con una pequeña tarea: ¿Qué es una filípica y por qué puede considerarse un sustantivo epónimo?
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