El siglo I a. C. fue un siglo de inestabilidad social
y política, marcado, sobre todo, por las guerras
civiles. La primera de ellas enfrentó a Mario, jefe del partido popular, y Sila, jefe del partido senatorial, partidario de mantener los
privilegios de los aristócratas. Ambos bandos se dedicaron a confiscar bienes y
a asesinar a presuntos enemigos.
La muerte de Sila y el fin de su período de terror
coincidió con el ascenso de Pompeyo,
una de las grandes figuras del siglo I a. C. Siendo cónsul, Pompeyo encabezó
una serie de campañas en Oriente que
le otorgaron gran gloria: acabó con los piratas del Mediterráneo, sometió Asia
Menor y conquistó Siria. De esta manera, Roma se aseguró el control del
Mediterráneo oriental.
De manera paralela a las campañas de Pompeyo en
Oriente, se forjó otra gran figura: Julio
César. Pertenecía a una de las familias más ilustres de Roma, la gens
Iulia, que se consideraba descendiente de la diosa Venus. Julio César
conquistó las Galias, derrotando en el 52 a. C. al célebre líder Vercingétorix.
De vuelta a Roma, César cruzó el río Rubicón (que separaba la Galia de
Italia) sin disolver las legiones y pronunciando, según cuenta la leyenda, la
célebre frase alea iacta est (“la
suerte está echada”). Pompeyo huyó a Grecia, donde fue derrotado en la batalla
de Farsalia. César marchó a
continuación a Egipto, donde tomó partido por Cleopatra en la disputa dinástica
interna. Obtuvo la victoria definitiva sobre los hijos de Pompeyo en la batalla
de Munda (Hispania).
Muerto Pompeyo –decapitado en Egipto- César se alzó
como única figura dominante (dictator)
e introdujo importantes reformas: calendario juliano, aumento de senadores,
concesión de la ciudadanía romana a galos e hispanos, etc. Sin embargo, los
partidarios del régimen republicano más tradicional se alarmaron ante la
concentración de poder en una sola persona y se conjuraron para asesinarle. El magnicidio se produjo el 15 de marzo
(idus de marzo) del 44 a. C., ante la estatua de Pompeyo. Entre los conjurados
se hallaba Bruto, su ahijado. Es
célebre la frase pronunciada por César cuando, herido de muerte, vio a Bruto
entre los asesinos: Tu quoque, fili?
La muerte de César supuso un vacío de poder. Tres
fueron los aspirantes a suceder al dictador: Octavio, sucesor previsto por César; Marco Antonio y Lépido, ambos lugartenientes de César. Los tres
conformaron el Segundo Triunvirato
–magistratura oficial durante cinco años; el Primer Triunvirato había estado
formado por Craso, César y Pompeyo, décadas atrás-. La retirada de Lépido trajo
consigo una nueva guerra civil,
entre Octavio, que contaba con el apoyo del Senado, y Marco Antonio, que contó
con el apoyo de Cleopatra. Ambos amantes fueron derrotados por Octavio en la
batalla de Accio. Octavio fue designado princeps (literalmente, ‘primer ciudadano’) el 27 a. C. Se iniciaba
una tercera etapa en Roma: el Imperio.
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