Los orígenes de la cultura
griega se hallan en la isla de Creta,
donde entre el III y el II milenio a. C.
se desarrolló la civilización minoica.
¿Qué es esto de minoico? ‘Minoico’ es un adjetivo derivado de Minos. Según el
mito, la leyenda, Minos era el hijo
del dios Zeus y de Europa. Para resolver la cuestión de quién debía ser el rey de Creta y probar que él, Minos, y
no sus hermanos, tenía el apoyo de los dioses, rogó a Poseidón, dios del mar,
que enviara un toro del mar y le prometió sacrificarlo en su honor. Poseidón
envió el toro pero Minos quiso conservarlo. Poseidón, encolerizado por el
incumplimiento de la promesa, hizo que Pasífae, esposa de Minos, desarrollara
un amor monstruoso por el famoso toro. Se disfrazó de ternera y concibió -¡horror!- un ser
mitad hombre, mitad toro, el Minotauro. Avergonzado, Minos ordenó a Dédalo que
construyera un laberinto donde encerrar al monstruo: el laberinto de Cnosos. Allí vivía encerrado alimentándose de los
jóvenes que la ciudad de Atenas mandaba cada año como tributo.
El caso es que cuando en el
siglo XIX un arqueólogo llamado Arthur Evans desenterró en Cnosos (Creta) restos de un
palacio que le recordó al laberinto del mito, decidió llamar a la cultura que
desenterró civilización minoica.
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Representación de la diosa madre, símbolo de la fertilidad |
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Fresco del palacio de Cnosos que representa el juego del salto del toro |
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Fresco de delfines, también del palacio de Cnosos |
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Palacio de Cnosos. La pintura es fruto de la reconstrucción polémica del palacio que hizo Arthur Evans |
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Arthur Evans |
Después de años de alimentarse de los muchachos y muchachas que
desde Atenas se veían obligados a enviarle al rey Minos cada siete o nueve
años, según las versiones, el Minotauro acabó muriendo a manos -o mejor, puños-
de Teseo. Teseo era el hijo de Egeo, el rey de Atenas, y harto
de ver cómo los atenienses morían devorados por el Minotauro, se ofreció como
voluntario como tributo -¿os suena?-. Cuando llegó a Cnosos -en Creta,
recordad-, Ariadna, hija de Minos y
Pasífae, se enamoró a primera vista de él y le ofreció sabios consejos para
acabar con el monstruo y, sobre todo, conseguir salir del inextricable
laberinto. Cuando se adentrara en él, debía ir desenrollando un hilo que le indicara posteriormente el
camino que debía hacer a la inversa. A cambio de su ayuda debía, eso sí,
llevarla con él a Atenas, pues de otro modo ella sufriría la ira de su padre Minos.
Teseo accedió y, por supuesto, consiguió derrotar al Minotauro con sus golpes y
salir del laberinto gracias al ingenio de Ariadna. Sin embargo, no le fue muy leal
a la princesa, pues la abandonó en una isla de camino a Atenas. Eso sí, a ella
no le duró mucho el disgusto, pues pronto se encontró con Dioniso, el dios griego del vino y el desenfreno -el Baco de los
romanos, de ahí lo de bacanal-, que la convirtió en su esposa. En
cuanto a la llegada de Teseo a Atenas, no fue del todo triunfal. Tan satisfecho
iba de sí mismo, que olvidó que había acordado con su padre Egeo que si la
expedición tenía éxito debía izar en el barco velas blancas. Su padre aguardaba
impaciente en la costa y, al ver el barco sin las velas blancas, entendió que
Teseo había fracasado y muerto. No pudo soportar el dolor y se suicidó
arrojándose al mar, que, desde entonces, pasó a llamarse Egeo. Este es uno de los mitos
griegos más célebres y pervive aún en la cultura popular. Como muestra, aquí tenéis una escena célebre de El nombre de la rosa, la magnífica
novela de Umberto Eco y película de Jean Jacques Annaud, en que sus protagonistas consiguen salir de la
enrevesada biblioteca gracias a que Adso recuerda el ingenio de Ariadna.
Ya lo veis, mis jóvenes amigos,
tan solo hace falta prestar algo de atención para descubrir que la cultura
clásica sigue muy, muy viva.
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