Ahora que llega el tiempo de las prematrículas y de preguntarse qué elegir el próximo curso, aquí os dejo este magnífico vídeo elaborado por Nuria Vizcaíno, amiga del Nocturno del Feijoo, con Míriam González Blanco, antigua alumna nuestra, como estrella invitada.
Tradujimos el otro día una frase sobre la peculiar historia de Alcestis y Admeto y aquí os la dejo para que la repaséis. Cuenta el mito
que, tras lograr Admeto la mano de Alcestis, no hizo el preceptivo sacrificio
de agradecimiento a Ártemis y esta, encolerizada, llenó de serpientes la
habitación nupcial. Apolo prometió aplacar a su hermana y le concedió, además,
a Admeto, el privilegio de que no muriese el día designado por los Hados,
siempre que encontrara alguien que muriese en su lugar.
Cuenta Eurípides en su drama satírico Alcestis que Admeto intentó en vano que
un mendigo o sus ancianos padres murieran en su lugar. Solo Alcestis, su amante
esposa, consintió en descender al Hades en su lugar. Sucedió, no obstante, que
visitó entonces Heracles el palacio de Admeto y al advertir las señales de
duelo y averiguar lo ocurrido con Alcestis, descendió a los infiernos y regresó
con ella, más hermosa que nunca. Según otra versión, habría sido la misma
Perséfone quien, admirada del sacrificio de la joven, la devolvió
espontáneamente a la luz.
El Imperio Romano no se agotó
con la muerte de Nerón, sino que siguieron después otras dinastías como la
Flavia, la Antonina o la Severa. No profundizaremos aquí en los distintos
emperadores que las integraron. Nos limitaremos a decir que, con frecuencia,
los emperadores tuvieron un final violento y que se produjeron guerras civiles.
Señalamos, eso sí, algunos hitos
fundamentales que debéis conocer:
- A Marco Aurelio, “el emperador filósofo” (161-180), se le
multiplicaron los problemas durante su mandato, pues tuvo que hacer frente a agresiones externas en Siria y, sobre
todo, de parte de los pueblos germánicos,
así como a la peste y a una crisis económica provocada por una mala
cosecha. De hecho, y de modo un tanto paradójico dado su carácter reflexivo, el
mandato de Marco Aurelio suele señalarse como el principio del fin.
- Caracalla (212), además de construir unas famosas termas, le
concedió la ciudadanía romana a
todos los ciudadanos libres del Imperio.
- La llegada de Diocleciano(284-305) y su reorganización
del Imperio (se estableció una tetrarquía que suponía el reparto de las
tareas administrativas entre dos Augustos y dos Césares) trajo consigo cierto
restablecimiento del orden en el interior y en las fronteras. Diocleciano fue,
asimismo, célebre por su persecución de los cristianos, pues este culto era
incompatible con el paganismo y la adoración al emperador.
- La política de Constantino siguió las grandes líneas
de la de Diocleciano, excepto en un punto esencial: el cristianismo. Constantino creyó oportuno asegurarse el apoyo de los
cristianos para gobernar y en el Edicto
de Milán (313) proclamó la libertad de religión y devolvió a las iglesias
cristianas los bienes confiscados.
- Puesto que en Roma las tradiciones
paganas estaban muy enraizadas, Constantino fundó -sobre la ya existente
Bizancio- Constantinopla y trasladó
la capital al Este. La inauguración de la ciudad tuvo lugar en el 330.
- El reconocimiento del Cristianismo como religión oficial del Imperio y
la supresión oficial del paganismo no se produjo hasta el 391, bajo el
emperador Teodosio. Como ejemplos de
esta supresión pueden señalarse que se apagó el fuego de las vestales y se
celebraron los últimos Juegos Olímpicos de la Antigüedad.
- A la muerte de Teodosio (395), el Imperio se dividió entre sus dos
hijos: a Honorio le correspondió Occidente
y a Arcadio Oriente.
- Los bárbaros, conscientes de la debilidad del Imperio, atacaron las
defensas romanas. Constantinopla aún resistiría durante siglos a diferentes
agresiones. Por el contrario, Roma vivió una agonía de ochenta años. El último emperador del Imperio romano de
Occidente fue Rómulo Augústulo. Depuesto este en el 476 d. C., Odoacro fue proclamado rey de Italia por sus tropas, ya
no emperador. El Imperio Romano estaba en manos de numerosos poderes regionales
bárbaros.
Continuamos con nuestro viaje –por suerte, virtual-
por el inframundo grecolatino, con una de las más célebres historias de amor de
la Antigüedad
que, cómo no, lo es también de muerte. Es la historia de Orfeo y Eurídice y del
intento desesperado del primero por rescatar a la segunda.
Era
Orfeo un poeta tracio, hijo de la musa Calíope, que con su música y su canto
amansaba a las más salvajes fieras. Cuentan Virgilio y Ovidio que un día, su
esposa Eurídice, una bella ninfa, corría para escapar del acoso de un sátiro y
pisó por accidente a una serpiente que, encolerizada, la mordió. Murió Eurídice
antes de tiempo y su esposo Orfeo, armado tan solo con su lira y con su voz,
descendió a los Infiernos empeñado en recuperarla.
Se
encontró Orfeo a Caronte, el viejo y tacaño barquero, y tan solo con su música,
sin pagar peaje alguno, lo convenció para que lo llevara al otro lado de la
laguna Estigia. Allí lo esperaba el horroroso Cerbero, el perro de Hades, que
vigilaba la entrada y, sobre todo, la salida de los Infiernos. Tenía tres
cabezas de perro, su cola era una venenosísima serpiente y salpicaban su dorso
innumerables cabezas de reptil. Orfeo solo necesitó unos pocos tañidos de su
lira para volver a Cerbero tan manso e inofensivo como un caniche. Se dirigió
entonces al palacio de Hades y Perséfone –era invierno por entonces y la hija
de Deméter cumplía con sus obligaciones como esposa- y, a su paso, todas las
almas que en el Infierno penaban se olvidaban por un momento de sus tormentos y
creían haber alcanzado, al fin, la paz. Convenció, por último, con su canto al
inconmovible matrimonio infernal, a Hades y Perséfone, que, hechizados por él,
o tal vez no, impusieron tan solo una condición al regreso de Eurídice: esta
podría volver con Orfeo al mundo de los vivos, si y solo si él marchaba en
cabeza todo el camino y no se volvía a mirar a su esposa hasta que ambos
estuvieran a salvo bajo la luz del sol. Extraña condición, es cierto, y muy
difícil de cumplir. Pues ¿cómo podría Orfeo estar seguro de que su esposa lo
seguía de veras y de que no había sido burlado por el malvado Hades?
En
cualquier caso, aceptó. Al fin y al cabo, nadie dijo que los dioses les
pusieran las cosas fáciles a los mortales. Ambos se pusieron en marcha según lo
convenido. Él en cabeza, cantando y tocando alegremente, pues volvían por fin a
casa, y ella a su espalda, unos cuantos pasos por detrás. En el último momento,
sin embargo, Orfeo comenzó a temer: ¿tan grande era el poder de su lira? ¿no
estarían Hades y Perséfone riéndose a su costa y Eurídice aún sufriendo los
tormentos infernales? Y cuando ya empezaba a vislumbrarse la luz y a punto
estaban los enamorados de demostrar que el amor, como dijo Quevedo, es, en
efecto, más poderoso que la muerte, Orfeo se olvidó de la prohibición, se
volvió para mirar a Eurídice y esta se desvaneció al momento para siempre.
Triste,
¿verdad? Pues aún empeora. Orfeo no se recuperó jamás de la pérdida y vagó
hasta el fin de sus días como un alma en pena, fiel a la memoria de su esposa.
De hecho, un grupo de ménades o mujeres furiosas le dieron muerte, celosas del
fantasma de Eurídice. Le cortaron la
cabeza, despedazaron su cadáver y arrojaron los trozos al
río. Las Musas recogieron sus pedazos y los enterraron al pie del monte Olimpo.
Cuentan que, desde entonces, los ruiseñores cantan allí más dulcemente que en
ningún otro lugar. Y este fue el trágico final de Orfeo, el poeta enamorado que
desafió a la muerte. ¿Esperabais un final feliz? De veras lo siento. Nadie dijo
que la vida fuera justa. Tan solo es más justa que la muerte... a veces.
Mencionamos ya en varias ocasiones, creo, que los
Infiernos no tienen en la mitología clásica la connotación negativa que tienen para nosotros
por obra y gracia de la tradición cristiana. Me explico. Resultaban
temibles porque allí habitaba Hades,
el dios de los muertos,
y porque, como ahora, la muerte no era una perspectiva muy atractiva.
Sin embargo, en los Infiernos estaban tanto los justos como los
malvados. Infierno significaba, simplemente, “lo que está debajo”.
Dos de los mitos más célebres
relacionados con el inframundo son el rapto
de Perséfone y la trágica
historia de Orfeo y Eurídice. Vamos hoy con el primero.
Hades,
el Plutón
latino, recibía también el nombre eufemístico
del “invisible” por parte de aquellos que temían atraerlo, al
pronunciar su nombre. Reinaba sobre los muertos de manera cruel y
despiadada junto con su esposa Perséfone,
la
Proserpina de los latinos.
Hubo un tiempo, sin embargo, en que Perséfone habitaba entre los
vivos como una alegre muchacha. Tan alegre era, de hecho, que su
malvado tío Hades -¡sí, su tío!- se enamoró de ella y la raptó
para que reinara junto a él en los Infiernos. Su madre Deméter,
diosa de la tierra, los cereales y la agricultura,
la buscó en vano durante nueve días, mas, al llegar el décimo,
escuchó el rumor de que Perséfone había sido raptada por Hades.
Decidió entonces, furiosa, no regresar al Olimpo. Adoptó la forma
de una anciana y se sentó en una piedra a lamentarse. En su
ausencia, la tierra dejó de dar fruto y los hombres y animales
comenzaron a morir de hambre. Ese habría sido ciertamente nuestro
final, si no hubieran intervenido los dioses.
Zeus envió a Hermes,
su mensajero,
en busca de Deméter, pero ella se negó a retomar sus labores si no
recuperaba a su hija. Acudió entonces Hermes al Infierno y allí
intentó que Hades devolviera a la muchacha. Sin embargo, tan malvado
como astuto, Hades se las ingenió para que la muchacha comiera unos
granos de granada. ¿Y qué? Me diréis. Resulta que, según una ley
ancestral, todo aquel que hubiera probado la comida del inframundo,
debía permanecer para siempre junto a los muertos. Perséfone
estaba, pues, condenada. Y con ella la raza humana, pues ¿de qué se
iban a alimentar los hombres si Deméter no permitía que las
semillas germinasen? Se llegó entonces al salomónico acuerdo de que
Perséfone pasara la mitad del año en la tierra y la otra mitad en
los Infiernos. Pero esto vosotros ya lo sabéis, porque, cuando
Perséfone se reúne con su madre en las estaciones que llamamos
Primavera y Verano, todo cobra vida. Cuando, al contrario, es
arrebatada de nuevo a los Infiernos junto a su esposo Hades, las
hojas caen y el suelo se vuelve estéril. Se trata, claro está, del
Otoño y el Invierno.
Este mito, que da explicación de la
sucesión de las estaciones, es lo que se denomina mito etiológico,
pues da cuenta de las causas (< αἰτία,
“causa”).
En la próxima entrega nos ocuparemos de
Orfeo y Eurídice pero no me resisto a dejar aquí un magnífico clip
extraído de El sentido de la vida de los Monty Python, sobre lo que
ocurre cuando la Muerte, “la de la guadaña”, se junta con los
vivos. ¡Todo el mundo a reír!
El principado de Augusto trajo consigo el silencio del
Foro y el fin de las libertades que habían caracterizado a la República. Es
más, Augusto fue el primero de una serie de emperadores, los de la dinastía Julio-Claudia, que, con la excepción,
quizá, de Claudio, actuaron de manera despótica,
caprichosa y cruel. Tenemos noticia de buena parte de sus excentricidades
gracias a Suetonio, el historiador romano, que en sus Vidas de los doce Césares, concede mucho espacio al cotilleo y la
anécdota escabrosa.
Nos habla, por ejemplo, de las
prácticas pederastas de Tiberio, el
emperador que conquistó Germania, que se refería a los tiernos infantes de los
que abusaba como “pececillos”.
De Calígula nos cuenta que alimentaba a los animales de los
espectáculos circenses con criminales y que nombró cónsul a su caballo
preferido, Incitatus.
Ni siquiera Claudio, emperador más prudente y erudito, y responsable de sonados
triunfos en Britania, se libró de su maledicente pluma y aparece descrito como
inválido, tartamudo, digno del desprecio de su familia y extravagante. Por
cierto que su muerte, resultado de la ingesta de setas envenenadas en una
maniobra orquestada por Agripina, la
madre de Nerón, es uno de los episodios más célebres de la Historia de Roma.
Llegamos así a Nerón, último de la dinastía. Fue en
sus comienzos, aconsejado por Séneca, un emperador comedido. Sin embargo, se
volvió con el tiempo tan excéntrico como brutal. El cine lo ha inmortalizado
con la cara de Peter Ustinov en la película Quo
vadis? Aquí os dejo un clip de la misma, en la que comparte plano con
Petronio, enigmático autor del Satiricón,
sobre el que os hablaré, quizá, en otra ocasión.
Atended, por favor, a su
identificación -la de Nerón- con un dios olímpico y a su alusión a los rumores
que lo presentan como matricida y uxoricida. ¿Qué significan estos términos? Añadidlos, por favor, al léxico de este tema y averiguad de dónde le venía tan terrible fama a Nerón, es decir, por qué se decía que era matricida y uxoricida.
Danny, un adolescente muy
reservado, acaba de trasladarse con su familia a un pequeño pueblo del estado
de Nueva York. Es la última de las incontables mudanzas a las que los Pope se
han visto obligados. Y es que, durante los años 60, sus padres, Arthur y Annie
Pope, hicieron saltar por los aires un laboratorio de napalm para mostrar su disconformidad con la guerra de Vietnam y
han llevado desde entonces una vida de prófugos.
Tal es el argumento de la magnífica y olvidada Un lugar en ninguna parte (Sidney Lumet, 1988), protagonizada por
el malogrado River Phoenix. ¡Ay!
El caso es que a Danny le
resulta, como es normal, muy difícil asentarse y hacer amigos, pues siempre
debe estar alerta y no puede sincerarse por completo. A su amiga Lorna le
extraña la reserva del recién llegado y así se lo hace notar en este clip, con
¡faltaría más! una nueva referencia a la cultura clásica.
“Podrías haber nacido de la
cabeza de Zeus”, le dice. No es el caso de Danny, obviamente, pero sí el de una figura
esencial de la mitología griega: Atenea. Cuenta el mito que Zeus había dejado embarazada a Metis. Sin embargo, cuando llegó hasta él la profecía de que uno de sus hijos conseguiría destronarlo, como él había hecho con Cronos, la devoró. El embarazo estaba tan, tan avanzado que Atenea siguió desarrollándose dentro de Zeus. Un día se despertó Zeus con fortísimos dolores de cabeza y, cuando le pidió a su hijo Hefesto que lo ayudara a acabar con su sufrimiento, este le abrió el cráneo. De la herida nació Atenea, ya adulta, armada con la equipación de los hoplitas.
Atenea era la diosa de la sabiduría, la inteligencia y también de ciertas facetas de la guerra. No son áreas de influencia propias del sexo femenino en una sociedad patriarcal y guerrera como la griega, por lo que se podría decir que Atenea es una anomalía, una peculiaridad. Se entiende mejor si atendemos al hecho de que, según el mito, en su nacimiento no interviene diosa ni mujer. Atenea nace de la cabeza de su padre.
¿Alguna
vez has dicho de alguien que tenía un aire muy marcial? ¿Dedicas, quizá, tu
tiempo libre a la práctica de las artes así llamadas, marciales? ¿Te has
preguntado alguna vez cuál es el origen de tal adjetivo? "Marcial”
tiene su origen en el adjetivo latino martialis, -e, a su vez derivado
de Mars, Martis, el dios de la guerra.
Marte
es el dios de la guerra romano, identificado con el Ares griego. Hijo de Zeus y
de Hera (Júpiter y Juno en el mundo romano), se le representa con coraza y
casco y armado de escudo, lanza y espada. La mayoría de mitos en los que
interviene son mitos guerreros, aunque no siempre resulta vencedor. Con frecuencia,
los griegos presentan su fuerza bruta contenida o burlada por la más astuta de
Heracles o la prudencia de Atenea.
Se
le relaciona con frecuencia con Afrodita, diosa del amor, que estaba casada con
Hefesto, el dios cojo de la fragua. Relata Homero cómo un día Ares y Afrodita
fueron sorprendidos por el Sol, que fue a contar la aventura a Hefesto. Este
preparó una trampa, una red mágica. Una noche en la que los dos amantes estaban
en el lecho de Afrodita, Hefesto cerró la red sobre ellos y llamó a todos los
dioses del Olimpo.
Poco después de prometerse a su
novio Larry, Piper Chapman, neoyorquina de bien, ingresa en la prisión de
mínima seguridad de Litchfield para cumplir quince meses de condena por un
delito de su loca, loca juventud. Pronto descubre que, pese a las aparentemente
enormes diferencias con el resto de internas, todas son, en último término,
víctimas de sus propios errores y de decisiones equivocadas. Hablamos, claro
está, de Orange is the new black, una
comedia demoledora cuyas dos primeras temporadas –la tercera, no tanto- no
deberíais perderos.
En el clip que podéis ver a
continuación asistimos a uno de sus flash-backs
característicos, que nos permite ver cómo se conocieron Red y Vee, fieras
antagonistas durante la segunda temporada. Cuenta Red cómo organizó una red de
contrabando cuyos tentáculos penetran incluso en el penal de Litchfield y cómo,
una vez que ella entró en prisión, todo empezó a venirse abajo. Para empezar,
¿cómo un distribuidor de verdura va a llamarse Neptuno?
Neptuno, Poseidón en su advocación griega, era,
en efecto, el dios del mar y su nombre, en consecuencia, era más adecuado para
un distribuidor de pescado. Se presentaba habitualmente en carro de caballos, con cola de pez y portando su arma distintiva,
el tridente. Con él agita los mares
en las tormentas –que se lo digan a Odiseo- y las entrañas de la tierra en los
terremotos. Es la personificación de las fuerzas elementales y violentas del
mar y los terremotos.
Es el padre de buena parte de las
criaturas monstruosas que poblaban los relatos míticos griegos: Pegaso, el
caballo alado; Anteo, el gigante; Polifemo, el cíclope, etc.
Nueva York, un verano cualquiera
de la década de los ’90. Un chiflado amenaza con hacer explotar una bomba si
John –Bruce Willis- McLane, detective en horas bajas, no sigue sus
instrucciones. Estas pasan por pasearse por Harlem, desnudo, con la única
“protección” de un cartel que reza “odio a los negros”. Se salva del
linchamiento colectivo gracias a la intervención de Zeus, Samuel L. Jackson,
que responde como sigue al error que McLane comete con su nombre.
En efecto, Zeus, Júpiter para los
romanos, se identifica habitualmente con el rayo. Fue el gran dios de las tormentas
y el ordenador del cielo y la
Tierra. Luchó contra su padre Cronos
y los titanes para obtener el poder de los cielos y es el principal
de los dioses del Olimpo. Desde su
trono, armado con el rayo, vela por todo lo que ocurre.
Pasó su infancia en Creta, donde
fue escondido por su madre Rea para evitar que fuera devorado por su padre
Cronos.
Saturno devorando a su hijo, Francisco de Goya
Son también muy célebres sus amoríos con otras diosas y humanas. Los celos
y vigilancia de su esposa Hera lo obligan a realizar pintorescas
transformaciones: toro, cisne, lluvia de oro, etc. De todas estas uniones
surgen seres diversos: las Musas (de su unión con Mnemósine, la Memoria),
Perséfone (con Deméter), Atenea (con Metis, a la que se tragó, ya embarazada),
Hefesto y Ares (con su esposa Hera), etc.