viernes, 29 de enero de 2021

LA DEMOCRACIA ATENIENSE


Veíamos hace algún tiempo (tempus fugit!) algunas de las características distintivas de la pólis griega, definida, ante todo, por su independencia y autonomía. Siendo esto así, no extraña que las distintas ciudades-estado en las que a lo largo de las épocas Arcaica y Clásica floreció la cultura griega se rigieran por diferentes regímenes políticos.
Cuando se habla de las deudas que nuestra civilización tiene con la griega, se insiste con frecuencia en que a los griegos les debemos la democracia, considerada por la mayoría como el mejor -o el menos malo- de los regímenes posibles. Sin embargo, esto no es del todo exacto. En efecto, la democracia fue innovación no de los griegos en general, sino de los atenienses en particular y, frente a lo que sucede hoy día, en que se caracteriza, sobre todo, por ser de tipo representativo y por la pasividad de la ciudadanía, era de tipo directo y fue el resultado de un largo proceso evolutivo que partió de la monarquía y se tornó después oligarquía, tiranía y, finalmente, democracia.
Como señala Pedro Olalla en Grecia en el aire (Acantilado, 2015), que todos deberíais apresuraros a leer, no existía en Atenas por entonces (siglo V a. C.) la distinción nosotros-ciudadanos // ellos-políticos, sino que eran los propios ciudadanos los que se encargaban de la gestión de lo público, siempre con el bien común como objetivo y con abundancia de mecanismos de control para evitar la corrupción y la búsqueda del bien particular.


Por supuesto, como es sabido, no todos los habitantes de Atenas participaban de este sistema. Quedaban excluidos los esclavos y las mujeres. El sufragio femenino y la abolición de la esclavitud son conquistas demasiado recientes, me temo, y, por desgracia, todavía no universales.
En cualquier caso, las instituciones democráticas atenienses eran estas:
- La Asamblea o ἐκκλεσία estaba constituida por todos los ciudadanos con derecho a voz y voto -que no solo eran un derecho sino una responsabilidad-. Aprobaba las leyes, elegía a los magistrados y decidía sobre la paz y la guerra.
- El Consejo o βουλή, constaba de 500 miembros, 50 por cada una de las 10 tribus atenienses, según el sistema establecido por Clístenes. Preparaba las leyes que habían de votarse en la Asamblea, controlaba a los magistrados, velaba por el culto religioso, se encargaba de la diplomacia y vigilaba el empleo del dinero público.
- El poder ejecutivo estaba en manos de magistrados: estrategos o generales, arcontes y tesoreros. Los primeros eran jefes de los ejércitos y, en virtud de sus éxitos militares llegaron a alcanzar un gran prestigio y a ejercer un papel esencial en la ciudad, como Pericles. Los arcontes se ocupaban de asuntos civiles y administrativos y presidían las ceremonias religiosas. Los tesoreros, en fin, eran los encargados de la hacienda.
- El poder judicial estaba también en manos de los ciudadanos. No había, pues, división de poderes, pero tampoco se consideró necesaria, dado que la intervención en los tribunales de la ciudad se determinaba por sorteo y estos se constituían y disolvían casi a diario. Resultaba prácticamente imposible intentar un soborno.

Termino ya, os dejo con un revelador párrafo, de nuevo de Pedro Olalla y su Grecia en el aire, acerca de las diferencias entre la democracia ateniense de entonces y las democracias modernas. ¡Ay, la deriva semántica!

“Las democracias de nuestro tiempo nada tienen que ver con aquel proyecto radical y revolucionario que existió un día aquí en Atenas. Ya hemos llegado a comprender por qué. Entonces, no existía la oposición entre gobierno y ciudadanos: los ciudadanos eran el gobierno. El último poder de decisión no estaba en representantes o líderes, sino en el conjunto de los ciudadanos. No existían partidos con estructuras jerárquicas, listas cerradas, disciplinas de voto y hombres de paja al servicio de intereses; existía una amplia asamblea sin sitio para marionetas y encargada de definir constantemente el bien común. Entonces no había profesionalización de la política ni apoltronamiento en los puestos, sino implicación de todos en las causas comunes por un espacio limitado de tiempo. Entonces no había elecciones cada cuatro años y referenda escasos y no vinculantes, sino una implicación continua del pueblo en la toma de decisiones. Entonces existía el “proceso contra ley” y el “proceso contra ley no beneficiosa para la comunidad” como recursos para exigir responsabilidades ante las decisiones contrarias al bien de la ciudad; hoy tenemos la “inmunidad parlamentaria” para dar cobertura a la irresponsabilidad. Y lo más importante: en aquellos momentos, todos los ciudadanos tenían experiencia política: cada uno podía ser presidente de la Asamblea (por un día y por sorteo), miembro del Consejo (por un año, o dos no seguidos), funcionario (por sorteo), agoranomos (por un año), miembro de un jurado (por sorteo), éforo, arconte o general si resultaba elegido, y, por supuesto, miembro de la Asamblea cuantas veces quisiera. ¿Qué espacio reservan hoy nuestras deficientes democracias para la implicación del ciudadano en la política?”
Grecia en el aire, Pedro Olalla (Acantilado, 2015)

jueves, 14 de enero de 2021

LA EXPANSIÓN ROMANA (I): LAS GUERRAS PÚNICAS



Veíamos el otro día las transformaciones políticas que supuso el cambio de régimen (de Monarquía a República) y que la política interior republicana estuvo marcada durante siglos por el llamado conflicto patricio-plebeyo. Pues bien, la política exterior romana durante el período republicano fue, sobre todo, una sucesión de campañas bélicas de expansión, primero por la península Itálica y posteriormente por todo el Mediterráneo.
En la lucha por el dominio del Mediterráneo (mare Nostrum, lo llamaban los romanos) los episodios más célebres fueron las guerras púnicas, que enfrentaron a Roma con la muy poderosa Cartago (en el territorio de la actual Túnez). La leyenda justifica la enemistad entre romanos y cartagineses con un móvil más romántico que las razones geoestratégicas: vengar a la reina Dido, que en la bruma de los tiempos fue abandonada por Eneas, cuando partió en busca de una nueva Troya. La reina Dido, nos cuenta Virgilio en la Eneida, no pudo soportar la marcha de su amado y terminó quitándose la vida pronunciando antes, ante su propia pira, las siguientes palabras:
“¡Feliz, ay, demasiado feliz si no hubieran jamás naves troyanas arribado a mis playas!”
            (Virgilio, Eneida, IV)
Las guerras púnicas comprenden tres etapas:
-         La Primera Guerra Púnica (s. III a. C.) se desarrolló primero en Sicilia pero llegó posteriormente a Hispania, territorio que se repartieron romanos y cartagineses, dirigidos por Amílcar Barca y después por Asdrúbal. Fue una guerra naval.
-         La Segunda Guerra Púnica (s. III a. C.) es la más conocida, por la expedición de Aníbal contra Roma cruzando los Alpes con elefantes. Aníbal venció a los romanos en cuatro famosas batallas pero fue derrotado en Zama.
-         La Tercera Guerra Púnica (s. II a. C.) tuvo lugar en territorio africano y supuso la destrucción total de Cartago por Escipión. Se cumplía así la voluntad de Catón, que cerraba todas sus intervenciones en el Senado con las palabras Cartago delenda est (“Cartago debe ser destruida”).

LAS GUERRAS MÉDICAS


Las Guerras Médicas tuvieron lugar en el siglo V a. C. (490-479 a. C.) y enfrentaron a una coalición de griegos y a los persas o medos -de ahí el nombre-. Al margen de la legendaria expedición que, según los poemas homéricos, arribó a las costas de Troya para recuperar a la bella Helena, fue esta la primera ocasión en que se produjo la unión de los griegos -organizados hasta entonces en ciudades-estado (πόλεις) independientes-. Su objetivo no era otro que prestar su apoyo a las colonias jonias que habían sido conquistadas por un imperio persa en plena expansión, dirigido primero por Darío y después por Jerjes

Tres son las batallas más célebres que determinaron el rumbo de esta guerra:

1. La batalla de Maratón (490 a. C.):
En el año 490 a. C. un gran ejército persa se hizo al mar Egeo y, tras destruir parte de Eubea, se dirigió al Ática, desembarcando en Maratón. Los atenienses hicieron una petición de ayuda a Esparta, petición que, al parecer, llevó Fidípides con una rapidez asombrosa. Sin embargo, se encontró al llegar con que los espartanos estaban celebrando la fiesta de las Carneas y no quisieron ponerse en marcha de inmediato por escrúpulos religiosos. Los atenienses se vieron obligados a hacer frente a los persas en evidente inferioridad numérica pero sorprendentemente se hicieron con la victoria. Los espartanos llegaron a tiempo de contemplar el ensangrentado campo de batalla.
Os sonará, supongo, la leyenda que vincula esta batalla con el origen de la actual carrera de Maratón. Dicha leyenda, al parecer infundada, relata que Fidípides, después de haber ido corriendo de Atenas a Esparta en busca de ayuda y de vuelta a Atenas para informar de la negativa, habría ido después hasta la llanura de Maratón para participar en la batalla y después regresado a Atenas -siempre a la carrera- para anunciar la victoria con las palabras “Salud, hemos vencido”. No es de extrañar que, siempre según la leyenda, muriera nada más pronunciar estas palabras. 



2. La batalla de las Termópilas (480 a. C.):
Los griegos decidieron hacer frente al avance persa por Tesalia en el estrecho paso de las Termópilas. Durante dos días, Leónidas, con un pequeño contingente rechazó a un ejército persa muy superior causándole muchas bajas. Sin embargo, un traidor llamado Efialtes mostró a los persas una senda en la montaña por la que podían rodear la posición griega. Cuando Leónidas advirtió lo sucedido dio la orden de retirada pero se mantuvo con trescientos espartanos resistiendo hasta la muerte.
Habréis reconocido, supongo, el argumento del cómic 300 de Frank Miller o de su más célebre versión cinematográfica, dirigida por Zack Snyder.



3. La batalla de Salamina (480 a. C.):
Poco después de la derrota espartana en las Termópilas, se produjo la gran batalla naval de Salamina. Temístocles, general ateniense, fiaba la protección de la ciudad de Atenas a la flota, pues en ese sentido interpretaba un oráculo de Delfos, según el cual los atenienses debían confiar en una “muralla de madera”. Los persas asolaron el Ática e incendiaron la Acrópolis. Sin embargo, en los estrechos de Salamina los persas sufrieron una derrota definitiva. A esta batalla está dedicada la tragedia de Esquilo Los persas.

Como consecuencia de las Guerras Médicas los griegos fueron desarrollando una identidad nacional helena más fuerte y la pólis ateniense ganó en orgullo y confianza.