La comedia latina es un claro ejemplo de que en cuestión de Literatura
los romanos no fueron muy originales. En efecto, Horacio, uno de los más
grandes poetas latinos (s. I a. C.), escribió Graecia capta ferum victorem cepit, que estoy segura de que habréis
traducido correctamente como “la Grecia
conquistada conquistó al fiero vencedor”. Se refiere el poeta a que cuando
los romanos iniciaron sus campañas de conquistas y se hicieron con la Magna
Grecia, las colonias que Grecia tenía en la península Itálica, así como cuando
Grecia pasó a ser una provincia más de la República Romana (146 a. C.), no se
produjo el característico proceso por el que el vencedor le impone su cultura
al vencido. Se produjo, al revés, un proceso de aculturación inversa, pues los romanos fueron capaces de apreciar
la superioridad de la cultura griega y, como veremos el curso que viene, la Literatura Latina bebe siempre de
modelos griegos.
Un caso muy característico de
esta influencia es el de la comedia latina, cuyos principales representantes
son Plauto (s. III-II a. C.) y Terencio (s. II a. C.). Ambos
cultivaron un tipo de comedia que recibe el nombre de palliata, que toma su
nombre del pallium, el manto que
llevaban los actores y que, como todo lo demás en este tipo de
representaciones, era de imitación
griega.
Los nombres de los personajes
eran griegos, las ambientaciones eran griegas, los personajes eran prototipos
de la comedia de Menandro, etc. Pensad, si no, en Anfitrión de Plauto, cuya acción transcurre en Tebas.
Por lo que se refiere a la
trama, ya habéis tenido la ocasión de leer y ver cómo es intrascendente, se
basa en el equívoco y en el enredo, con el único objeto de hacer
reír. El humor se logra, asimismo, a través de lo soez y lo procaz, lo escatológico, aunque, por lo general, en los montajes actuales de Plauto, el recurso principal para lograr comicidad suele ser el anacronismo, ese recurso
por el que se atribuyen a una época categorías que corresponden a otra.
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