Hemos hablado de cómo y
cuándo se celebraban las representaciones teatrales pero no de su contenido.
Dentro del género teatral o dramático, había en la antigua Grecia dos
subgéneros: la tragedia y la comedia.
La tragedia tenía, por
lo general, tema mitológico. Sus
protagonistas son héroes del ciclo troyano (Agamenón, Áyax, Orestes...), tebano
(Edipo, Antígona...), etc. y el argumento se basa en su caída desde la gloria.
La “moraleja” que se desprende de la tragedia es la indefensión del hombre, su falta de recursos, que es un mero
juguete en manos de los dioses o del Destino. Al contemplar la caída del héroe
o heroína, el público experimentaba una oleada de simpatía y lástima y se purificaba,
se purgaba de pasiones que no “convenían” a la vida de la πόλις. Este
efecto de la tragedia en los espectadores recibe el nombre de catarsis. Se puede decir que el teatro
era una forma organizada de introducir el desorden, lo irracional, en la vida
de la ciudad.
Los grandes autores
trágicos griegos vivieron en Atenas durante
el s. V a. C.: Esquilo, Sófocles y Eurípides.
Esquilo es el primer dramaturgo griego
del que conservamos una tragedia completa. Participó en la batalla de Maratón y
probablemente también en la de Salamina (esta última es el tema de su tragedia Los Persas). Su obra más destacada es la
trilogía la Orestía, que incluye sus
tragedias Agamenón, Coéforos y Euménides.
Murió en Sicilia de un
modo más que singular, tal y como se relata en el que debe ser uno de los
peores capítulos en la larga historia de CSI,
Las Vegas. Aquí os lo dejo para que os echéis las manos a la cabeza...
Sófocles fue probablemente el mejor de
los trágicos griegos. Sus tragedias Edipo
Rey y Antígona son modélicas y
universales. Aún siguen emocionando a espectadores y lectores. De ellas
hablaremos en las próximas sesiones.
EURÍPIDES es el
más prolífico de los tragediógrafos. Sus personajes son más realistas, menos
idealizados que los de Sófocles. Es el autor de tragedias magníficas como Medea y Bacantes.
En todas estas historias
hay lugar para el incesto, el infanticidio,
el parricidio y los más terroríficos
y morbosos crímenes que podáis imaginar. Los asesinatos, eso sí, sucedían
siempre fuera de escena y eran relatados por un heraldo, pues se entendía que representarlos ante el público
atentaba contra el buen gusto. De ahí el origen del adjetivo “obsceno”.
Determinadas acciones no deberían enseñarse al público, representarse delante
de la escena (ob-scaena).