Mencionamos ya en varias ocasiones, creo, que los
Infiernos no tienen en la mitología clásica la connotación negativa que tienen para nosotros
por obra y gracia de la tradición cristiana. Me explico. Resultaban
temibles porque allí habitaba Hades,
el dios de los muertos,
y porque, como ahora, la muerte no era una perspectiva muy atractiva.
Sin embargo, en los Infiernos estaban tanto los justos como los
malvados. Infierno significaba, simplemente, “lo que está debajo”.
Dos de los mitos más célebres
relacionados con el inframundo son el rapto
de Perséfone y la trágica
historia de Orfeo y Eurídice. Vamos hoy con el primero.
Hades,
el Plutón
latino, recibía también el nombre eufemístico
del “invisible” por parte de aquellos que temían atraerlo, al
pronunciar su nombre. Reinaba sobre los muertos de manera cruel y
despiadada junto con su esposa Perséfone,
la
Proserpina de los latinos.
Hubo un tiempo, sin embargo, en que Perséfone habitaba entre los
vivos como una alegre muchacha. Tan alegre era, de hecho, que su
malvado tío Hades -¡sí, su tío!- se enamoró de ella y la raptó
para que reinara junto a él en los Infiernos. Su madre Deméter,
diosa de la tierra, los cereales y la agricultura,
la buscó en vano durante nueve días, mas, al llegar el décimo,
escuchó el rumor de que Perséfone había sido raptada por Hades.
Decidió entonces, furiosa, no regresar al Olimpo. Adoptó la forma
de una anciana y se sentó en una piedra a lamentarse. En su
ausencia, la tierra dejó de dar fruto y los hombres y animales
comenzaron a morir de hambre. Ese habría sido ciertamente nuestro
final, si no hubieran intervenido los dioses.
Zeus envió a Hermes,
su mensajero,
en busca de Deméter, pero ella se negó a retomar sus labores si no
recuperaba a su hija. Acudió entonces Hermes al Infierno y allí
intentó que Hades devolviera a la muchacha. Sin embargo, tan malvado
como astuto, Hades se las ingenió para que la muchacha comiera unos
granos de granada. ¿Y qué? Me diréis. Resulta que, según una ley
ancestral, todo aquel que hubiera probado la comida del inframundo,
debía permanecer para siempre junto a los muertos. Perséfone
estaba, pues, condenada. Y con ella la raza humana, pues ¿de qué se
iban a alimentar los hombres si Deméter no permitía que las
semillas germinasen? Se llegó entonces al salomónico acuerdo de que
Perséfone pasara la mitad del año en la tierra y la otra mitad en
los Infiernos. Pero esto vosotros ya lo sabéis, porque, cuando
Perséfone se reúne con su madre en las estaciones que llamamos
Primavera y Verano, todo cobra vida. Cuando, al contrario, es
arrebatada de nuevo a los Infiernos junto a su esposo Hades, las
hojas caen y el suelo se vuelve estéril. Se trata, claro está, del
Otoño y el Invierno.
Este mito, que da explicación de la
sucesión de las estaciones, es lo que se denomina mito etiológico,
pues da cuenta de las causas (< αἰτία,
“causa”).
En la próxima entrega nos ocuparemos de
Orfeo y Eurídice pero no me resisto a dejar aquí un magnífico clip
extraído de El sentido de la vida de los Monty Python, sobre lo que
ocurre cuando la Muerte, “la de la guadaña”, se junta con los
vivos. ¡Todo el mundo a reír!
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